viernes, noviembre 25, 2005

Poesía de calle

No hace ni cinco minutos que me compré unas botas en una tienda muy pequeñita (y económica) de mi barrio y lo más curioso fue que, al pagar, me regalaron esta poesía que quiero compartir con vosotros:
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesadod como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzques sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejar caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
Mario Benedetti

Prespectivas

Como todas las mañanas, hoy también me levanté, me duché y después de desayunar me dispuse a salir a la calle.

El cielo estaba muy encapotado, el viento soplaa con ganas y el frío en seguida me heló la punta de la nariz.

No tardó en empezar a llover, pero poco me importó. Realicé un par de encargos y me propuse observar mi alrededor desde debajo de mi paraguas.

El agua caía con fuerza, formando charcos en el arcén y los coches no daban ni cinco segundo de descanso a sus bocinas. Yo pasé por debajo de todos los balcones que chorreaban.

Acorté mis pasos y disminuí el ritmo de la marcha al acercarme a los jardines de Méndez Núñez. El verde de los árboles era intenso, el ambiente olía a hierba mojada y el tiempo parecía transcurrir a una velocidad distinta a la del resto de la ciudad.

Entonces me fijé en en las personas que se encontraban dentro de mi ángulo visual: matrimonios mayores, mamás con cochecitos, estudiantes, comerciales, amas de casa, transportistas, albañiles...; todos con prisas, corriendo para arriba y para abajo, con las caras largas, peleando con sus paraguas.

En esos insantes, paseando, me di cuenta de que en mi rostro se dibujaba una sonrisa luminosa que decidí regalar a todos los viandantes que se cruzaron en mi camino, a pesar de que nadie fue capaz de devolvérmela (pero eso no influyó en la felicidad personal que viví).

martes, noviembre 22, 2005

Para reflexionar un poco

Estos días estoy leyendo El Alquimista, de Paulo Cohelo y ahí os dejo un par de frases sacadas de dicho libro, a ver que os parecen. "Es justamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que la vida sea interesante". "Cuando todos los días parecen ser iguales es porque las personas han dejado de percibir las cosas buenas que aparecen en sus vidas siempre que el sol cruza el cielo".

martes, noviembre 15, 2005

Magia de taverna

Ayer al atardecer me fui con una compañera a tomar unas cervecitas a la Cova Celta, una cervecería de Coruña donde ponen música celta y es muy acogedora. Y entre trago y trago conocimos a un mago, pero no un mago de pociones ni nada de eso, un mago de cartas. Nunca había tenido la oportunidad de conocer a ninguno y ayer, sin comerlo ni beberlo fui la destinataria de dos de sus juegos que me dejaron perpleja. Sé que todo eso son trucos, en los que intervienen la distracción del sujeto y la rapidez del mago, pero la verdad es que deberiais haberme visto la cara, pero fue como un libro abierto. El primer truco consistió en adivinar una carta. Yo dije una carta de las 52, la que quise (as de picas) y un número al azar, del 1 al 52 (23). Entoces, él, con las cartas boca abajo contó hasa la 23, le dio la vuelta y era el as de picas. Me quedé sin palabras. El segundo truco consitió en: yo cogí una carta d ela baraja, la miré y la puse entre las demás J de corazones). Él, sin más, me dijo: es una carta roja, de corazones, yo flipé. Entonces dijo, venga va, en lugar de decirte qué carta es, a ver quien la encuentra antes entre las de toda la baraja. Las puso en abanico y me sacó la otra J roja. Yo repuse que no era esa J, cuano él, sonriente dijo, claro, es que la otr tenía hambre y se fue, y la sacó de debajo el servilletro, que estaba en la esquina de la mesa.... No sé si nunca habeis tenido una ocasión así de que os hagan trucos, ni si creeis o no en la magia, pero para mi fue un atardecer indescriptible.

lunes, noviembre 14, 2005

El recuerdo

En la sala hay un viejo reloj de madera. Alguien toca el reloj: el péndulo se detiene. La taza sigue llena sobre la mesa del jardín y el té está frío.
Julieta observa una y otra vez las fotos de su infancia, las vacaciones en París junto a sus padres, la casona de su abuela. Las fotos brillan bajo el sol de la fresca primavera. No tiene noción del tiempo, se devora los álbumes, los mira como si fueran joyas. Tal vez lo son. En el fondo de una caja verde hay una foto amarillenta con los bordes entrecortados, despacio la desliza entre sus dedos y las lágrimas titilan en sus pupilas. Se inclina hacia atrás y observa la sala como buscando huellas. Se detiene en un cuadro de robustos marcos dorados. Hay una mujer retratada con un vestido rojo furioso, los labios color rubí, el pelo dorado recogido y unos ojos negros penetrantes. El cuadro irradia vitalidad, fuerza y personalidad.
Julieta vuelve a las fotos con la cara húmeda, se la seca con las mangas de la remera. Intenta agarrar otra de las cajas y del manotazo vuela la taza de té. Intenta desviar el líquido pegajoso –por el azúcar- pero no puede. Se derrama y cae como una catarata sobre la caja de fotos.
Juana, el ama de llaves, corre hacia el jardín y con el delantal trata de secar la mesa, es inútil. Julieta grita desconsolada. La caja verde es una pequeña pileta marrón oscura en la que navegan muchos recuerdos. Logran salvar algunas fotografías, pero tienen un manchón amarillo.
Sentada en el piso brotan lágrimas, Juana se sienta a su lado también llora, se abrazan.
Julieta ha perdido la foto preferida de su madre, es la del día del compromiso con su papá.
Para consolarla, Juana le dice que en el fondo quedan cinco cajas más. Pero Julieta sólo quiere la de “ese” día. Ambos están junto al reloj que tanto gusta a las dos familias. Es austríaco, una reliquia del siglo IXX, el único recuerdo tangible y vivo de sus padres que hay en la casa.
Lo miran juntas, como si a través de él vieran algo más. Juana vuelve a la cocina y Julieta va en busca de su diario y comienza a escribir: “En la sala hay un viejo reloj de madera. Alguien toca el reloj: el péndulo se detiene.”
©Romina Almodei

martes, noviembre 01, 2005

Sacris tiene razón cuando dice que hace mucho que no escribo, pero a lo largo de este último mes mi vida ha cambiado muchísimo y no sólo no me ha dado tiempo, si no que no he encontrado tema alguno que me pareciera interesante. La alegría, la felicidad, el amor, la suerte, el miedo, el dolor... son temas muy concurrentes y con los que todo el mundo se atreve, incluso yo, pero en estos momentos mi ser se encuentra en decadencia de misticismo y ha aprendido, inconcientemente, a dar mayor importancia a otros detalles cotidianos, a pensar más friamente y a tener los pies en el suelo. Esta semana he recibido dos e-mails de dos personas muy especiales para mi. Tanto la carta de A. como el texto de M. me hicieron estremecer; creo que fueron ellos los que me dieron fuerzas para redactar esto. Como me vino a decir M., he crecido como persona, he madurado, he aprendido a luchar por mis ideales y aquí me teneis, al pie del cañón. La vida no es de color de rosa, el amor no lo es todo ni el resto de sentimientos relacionados; la vida es más cruel, llena de responsabilidades y obligaciones que yo asumo encantada. Quien algo quiere, algo le cuesta, y ahora que he llegado hasta aquí no me rendiré ni me dejaré pisar.